Es posible. Pero también es
posible lo contrario.
Lo que indicamos en la
colaboración anterior sobre el menosprecio de los alumnos por parte de su
maestro es algo que, más o menos mantenido, puede aburrir y alejar, casi
definitivamente, a cualquier alumno del camino del aprendizaje y superación.
Habrá casos en que prevalecerá el impulso hacia la formación personal y académica
a pesar de los mazazos recibidos de algún funesto maestro.
Todo lo que hemos venido relatando
hasta hoy conduce, en nuestra experiencia, a algo así como a pretender alcanzar
cierta excelencia ética, personal y académica dentro de los límites de la
capacidad de aprendizaje y circunstancias personales de cada alumno. ¿Pecamos
de inmodestos? Pudiera ser…Tú puedes intentarlo a ver qué tal.
Y lo que promueve y mantiene ese
impulso, fundamentalmente en estas edades de seis y siete años, eres tú,
maestro novel de un curso de primero de primaria de un colegio público, con tu
actuar personal y profesional. Y con el cumplimiento diario, por tu parte y la
de tus alumnos, de normas y esfuerzos precisos compaginados con sinceridad,
comunicación, afecto y solidaridad. Sin olvidar influencias familiares, etc.
Lo que no puede conducir a esa
satisfactoria realidad es una clase donde el alboroto es norma casi diaria, los
gritos de alumnos y maestro rivalizan por alcanzar mayor volumen, la dedicación
personalizada (en lo posible) a las carencias de algunos alumnos es casi
inexistente, los aburridos e innecesarios copiados y otras tareas tediosas agostan
ilusiones infantiles, el aprendizaje no va acompañado de estímulo motivador adecuado,
el no acabar los temas previstos para el curso no tiene mayor importancia, la distancia
y falta de compromiso y afecto del maestro con respecto a sus alumnos es palpable,
la asunción y valoración desmesurada y obsesiva de las calificaciones escolares
cercenan la alegría de aprender con entusiasmo y libertad, la falta de la
imprescindible colaboración con la familia de los alumnos descoloca a éstos,
etc.
Así sí se explica lo de “Yo no
sirvo para estudiar”. Hay padres que lo tienen asumido y te lo comentan con
toda naturalidad. Si supieran… Una pena más.
Y así también se explica que Pisa
nos siga pisoteando.
Lo anterior no excluye determinadas
circunstancias de aprendizaje que sí justificarían en algunos alumnos una
dificultad objetiva a considerar y tratar, en lo posible, de mejorar.
Las malas artes educativas
descritas son minoritarias, o deberían serlo, en la
enseñanza pública.
Un maestro se reencontró
muuuuuchos años después con antiguos alumnos, ya tan viejos como el propio
maestro, que le refirieron con amargura que otro maestro que tuvieron después
los discriminó y marginó por la humilde condición social y económica de sus padres.
Y que no pudieron acceder a otro tipo de estudios y profesión para los que,
pensaban, podrían haber estado capacitados. Verídico.
Puede que merezca la pena
reflexionar sobre la permanencia de determinados homenajes y recuerdos de
algunos maestros tras su paso, antaño, por determinadas localidades.
Sí deben permanecer las otorgadas
con todas las garantías como testimonio y ejemplo de una sociedad agradecida a
su maestro.
Tu trabajo, maestro, te
gratificará día a día. Ni necesitas ni esperes más.
Hasta la próxima, si ha lugar.
Saludos.
Sr. Profesor: ¡Es la hora!
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